En algún momento del proceso evolutivo que determino los grandes cambios en las relaciones interpersonales de la especie humana, surgió el lenguaje como elemento unificador, humanizador y relacionador por excelencia.
De hecho resulta imposible no comunicar. De un modo u otro, en forma gestual, analógica, verbal o digital, los mensajes afloran o se transmiten en el contexto de las relaciones humanas.
La gente se puede comunicar de muchas formas, tanto verbal como no verbalmente. Un bebe se da a entender con gritos o llantos. Todos conocemos situaciones de la vida diaria en que una mirada o una expresión del rostro comunican sentimientos de placer, desaprobación, asombro o enojo.
Llegar a comunicarse de manera que cada uno aprenda del otro y pueda responder a sus deseos asegura que cada experiencia sexual sea única y espontanea. Poder aprender a decir lo que uno quiere previene en gran medida caer en una rutina en la que cada vez se repite lo mismo, y que generalmente menoscaba los sentimientos de gozosa expectativa que tanto añaden a la experiencia.
Hombres y mujeres, pero especialmente los hombres, se ven sometidos a la expectativa social que los supone boy scouts "siempre listos" y, expertos en técnicas sexuales; mucha gente cree que ser un "buen amante" significa saber—sin que se lo digan—qué es lo que ha de hacer para complacer a su pareja. Esta situación no hace mas que incrementar las preocupaciones y tensiones que interfieren con el auténtico goce sexual.
Uno puede pensar que ha de saber leer el pensamiento y estar (de nuevo en el rol de espectador) continuamente atento a los signos e indicios de lo que su pareja quiere o siente, y es posible que le parezca que la sexualidad del otro/a, sus respuestas y el hecho de tener o no un orgasmo son a la vez reflejo y responsabilidad suya.
Dar y recibir placer dependen de la entrega emocional y física de ambos.
La pareja debe compartir la responsabilidad de que sus contactos sexuales sean tan gratificantes como sea posible. Ambos pueden brindarse sensaciones de placer y excitación en un ambiente de comodidad, atención y afecto que les faciliten el orgasmo a los dos. Compartir pone en juego la comunicación y la confianza; confianza en que cada uno comunicará, verbal o no verbalmente, lo que siente y lo que le gustaría. Y la confianza permite que los dos se sientan libres para concentrarse realmente en el propio placer.
La pareja debe compartir la responsabilidad de que sus contactos sexuales sean tan gratificantes como sea posible. Ambos pueden brindarse sensaciones de placer y excitación en un ambiente de comodidad, atención y afecto que les faciliten el orgasmo a los dos. Compartir pone en juego la comunicación y la confianza; confianza en que cada uno comunicará, verbal o no verbalmente, lo que siente y lo que le gustaría. Y la confianza permite que los dos se sientan libres para concentrarse realmente en el propio placer.
Es natural que uno se encuentre un poco incomodo cuando empieza a comunicarse directamente sobre cosas referentes a lo sexual. A la mayoría de nosotros no nos dieron muchas ocasiones de practicar la comunicación sexual mientras crecíamos. Reconocerlo así hará que les sea más fácil brindarse reciproco apoyo. Decir cosas como "sé que te sientes incomodo/a, porque a mí también me pasa" o "sabes que me ha costado decir eso" sirve para que el otro se sienta estimulado y apoyado, porque ayuda a la comprensión.
Y, no olvidemos que resulta de suma importancia comunicarse en forma positiva. Si decimos de modo positivo "Me encantaría que me acariciaras así" y no negativamente "Así no me gusta", estamos demostrando que queremos que nuestro compañero/a lo intente, e indirectamente también le estamos manifestando que creemos que él /ella es capaz de aprender. Comunicar nuestras necesidades es un ingrediente vital para la renovación y expansión continuas de nuestra sexualidad, lo cual permite mantener viva y renovada la relación.
Es cierto que para nosotras, las mujeres, el lenguaje sexual, el de las palabras, resulta bastante difícil pues hemos sido criadas en un ambiente en el que las palabras sexuales, incluso las que designan nuestros genitales, eran absolutamente prohibidas. El lenguaje no sólo enfatiza el estereotipo de las diferencias sino que preserva la superioridad masculina.